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jueves, 9 de octubre de 2008

Características de la intervención terapéutica en la infancia 1


Cuando llegan los padres de un niño a la consulta, el terapeuta presta atención a lo siguiente:

1. Determinar quién es el cliente respecto al paciente.
2. Analizar, legitimar la solicitud de intervención clínica. Determinar las conductas problema que han de ser objeto del tratamiento.

Circunstancias que precipitan la petición de ayuda profesional:
- Impacto adverso y prolongado de los problemas de conducta en el medio natural.
- Experiencias fallidas de los padres al intentar controlar las alteraciones que presenta el niño en el ámbito familiar, tal como sucede con frecuencia respecto al trastorno negativista desafiante.
- Sugerencia en unos casos o demanda explícita en otros planteada originalmente por profesores y/o tutores debido a las limitaciones académicas y problemas de aprendizaje que presenta el niño.
- Recomendaciones de otros profesionales implicados en la educación o salud de los menores.

La decisión de incluir a terceras personas (padres) como pacientes depende de 2 variables: la naturaleza del problema infantil y la influencia que los padres o terceras personas ejercen en su aparición y mantenimiento. Habrá que diferenciar si los padres intervienen como colaboradores o como clientes directos del tratamiento. Aproximadamente hasta los ocho años, las intervenciones van dirigidas a niños y adultos; a partir de estos años se va focalizando progresivamente en el niño; entorno a los doce años la intervención con los adultos es menos activa y el terapeuta, con el consentimiento del adolescente, les informa acerca del progreso de la terapia.

No todos los niños requieren tratamiento psicológico y pueden aparecer diferencias entre padres y terapeuta acerca de la existencia y gravedad de los problemas infantiles consultados.
Hay que recordar que los niños se encuentran en continuo proceso de cambio y desarrollo, de ahí que algunos de los problemas consultados tiendan a desaparecer o se transformen como resultado de la propia evolución.

Otras veces la percepción de los adultos se encuentra mediatizada por sus propias disfunciones, sus esquemas de valores de índole moral y ética, por su baja habilidad para afrontar situaciones adversas, por sus concepciones sobre la conducta infantil y por las expectativas que depositan en los niños; incluso por intereses particulares como las disputas sobre la tutela legal de los hijos.

El terapeuta debe estimar la conveniencia de modificar los comportamientos infantiles anómalos identificados por los padres. No se puede juzgar únicamente en función de la opinión o criterio del adulto.

Aunque los datos no apoyen el inicio de la terapia, resulta oportuno prolongar la relación profesional con los adultos responsables del niño, pues no cabe duda que la demanda de tratamiento refleja ciertas disfunciones familiares e individuales que requieren atención del terapeuta: actuación educativa para reestructurar los aspectos problemáticos de la relación con el niño y su modo de percibir el comportamiento infantil.

Cuando los datos apoyan el inicio de la terapia hay que determinar la conducta problema que constituirá el foco de la intervención.

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